La etnogénesis del pastoralismo
En el encuentro inicial de los europeos con las tribus que vivían en el territorio de la hoy Guajira, los relatos de los cronistas de Indias no muestran diferencias entre las culturas nativas. Lo que ellos vieron, con su mirada supremacista imperial, eran pueblos muy primitivos con economía de subsistencia y en sus propias palabras, “salvajes en grado extremo”.
En la segunda mitad del siglo XVI comenzó un fuerte proceso de mestizaje con el boom perlero en la cercanía de Riohacha. “Los wayuu pertenecientes a la familia lingüística arawak, de lejanos orígenes amazónicos, son considerados como los únicos indígenas de las tierras bajas de Suramérica en haber adoptado la ganadería, emprendiendo una verdadera revolución técnica y mental” (Vergara, 2008, p.24), fue de esa forma que:
Durante los siglos XVI y XVII los indígenas de la península se hicieron a una numerosa ganadería. La obtención del ganado por parte de los nativos pudo provenir de medios diferentes tales como el saqueo de los hatos ganaderos de los vecinos europeos, el rescate o trueque pacifico con aquellos, a través de la captura de animales cimarrones o bien mediante agasajos y dádivas que les hacían para atraerlos a la paz (Guerra, 2002, p.50)
Guerra (2002) citando a Picón (1996), señala que a comienzo del siglo XVII la denominación dada a los grupos indígenas de la península, con excepción de los Cocinas, será la de wayuu. Picón (1996) también afirma que dicho término fue utilizado para aludir a unas doscientas familias indígenas que habitaban cerca de la región de Riohacha y que para la época poseían extensos rebaños. A partir de entonces tal denominación se expandió para designar también a todos los grupos indígenas que eran poseedores de ganado.
El pastoralismo con todos sus encadenamientos de las carnes, leches, quesos, cueros, etc. cambió totalmente la estructura económica de las familias en la península de La Guajira, que tenían un fuerte vínculo con los pastores africanos, quienes a su vez lo tenían con los buceadores de perlas. Este círculo clandestino fue el generador de riqueza por fuera de la dominación española. Fueron miembros de estas alianzas los que se ofrecían como conocedores del territorio a ayudar a los piratas en sus invasiones a Riohacha, al tiempo que mantenían su rebelión interna. Tal es el caso de Francis Drake en 1596 que arribó a sus costas al mando de una armada y penetró tres leguas tierra adentro (Navarrete, 2003). Gracias a esta guía y parte del botín fue precisamente cuatrocientos carneros y ovejas y sesenta esclavizados negros diestros en la pesquería de perlas.
Los africanos esclavizados tuvieron inicialmente la responsabilidad de lo agropecuario y fueron utilizados como punta de lanza para penetrar el territorio en contra de la resistencia indígena, conocida desde 1536 cuando el gobernador de Venezuela Nicolás de Federmann deseó construir y no pudo a Nuestra Señora de las Nieves a orillas del río Ranchería.
La interculturalidad que se generó posteriormente en torno a Riohacha y sus alrededores entre cimarrones y algunos miembros de las tribus prehispánicas fue un diálogo simétrico, despojado de cualquier tipo de etnocentrismo, pues ambos estaban sometidos.
Cualquier suceso que cambie la situación en la cual se da la conducta colectiva, de tal modo que se rechacen las acciones habituales y se dé preferencia a nuevas respuestas, puede llevar a innovaciones culturales. Entre las clases de acontecimientos que se sabe influyen especialmente en la creación de cambios culturales están los aumentos o disminuciones de población, cambios en el medio geográfico, las migraciones a nuevos ambientes, los contactos con pueblos de culturas diferentes, las catástrofes naturales y sociales como inundaciones, pérdidas de cosechas, epidemias, guerras, depresiones económicas, los descubrimientos accidentales y aun los acontecimientos biográficos tales como la muerte o el ascenso al poder de un dirigente político poderoso. (Murdoch, 2003, p. 2).
De esta forma surge una nueva cultura de estos acercamientos y cooperaciones entre negros e indígenas por fuera del control de los jerarcas europeos:
Es válido afirmar que muchos de estos negros pasaron a formar parte de la estructura social y política de las comunidades nativas por cuanto se unieron con mujeres indígenas, dando origen a una población zamba que se convirtió en el eslabón parental entre negros y aborígenes. Un caso que ejemplifica esta unión es el de Martín Rodríguez, hijo de un zambo riohachero con una indígena de Cojoro, quien fue un influyente y respetado jefe de una comunidad ubicada cerca de la costa oriental entre Sinamaica y Parauje. (Polo Acuña, & Carmona Nobles, 2013, p. 135)
En el mismo artículo Polo Acuña y Carmona Nobles (2013) citando a Miguel Acosta Saignes señalan:
Acosta Saignes anota que el baile guajiro de la “Chichamaya” tiene importantes elementos africanos cuando se compara con otro de similares características, “el baile de tambor redondo”, que se presenta en las fiestas de San Juan de Curiepe en el pueblo de Curiepe (Estado Miranda, Venezuela). Estas últimas son celebraciones afrodescendientes donde se le rinde culto a la imagen de San Juan Bautista a través de rituales de danza y música donde al igual que en la “Chichamaya”, está presente la derrota del hombre por una zancadilla de la mujer. La presencia del tambor en ambos bailes también es, según Acosta, muestra fehaciente de la influencia africana, la cual nos remitiría a períodos anteriores en que se sedimentaron influencias afro e indígenas (Acosta, 1963, pp. 280-281).
Otro elemento importante en la interculturalidad afro indígena es la similitud entre el universalmente conocido tejido wayuu y el de algunas etnias africanas en la región de Malí, como se aprecia en la Figura 1. Un africano montado en un camello que está adornado con unos tejidos muy parecidos a los wayuu, según algunas tejedoras del malecón de la calle Primera de Riohacha, al mostrarle la foto, todas señalaron: “ese es wayuu”. Esa coincidencia nos da una línea o hilo de investigación hasta ahora no explorado.
Figura 1. Foto tomada de África, nuestra tercera raíz (2014). Diana Uribe.
Otro vestigio o huella de africanía lo representa la famosa manta wayuu, a la que algunas diseñadoras hacen referencia como prenda autóctona, milenaria y ancestral; pues para todos es ampliamente conocido que las indígenas de las diferentes tribus prehispánicas andaban con el torso desnudo, semidesnudas. Hay una amplia bibliografía con fuentes primarias que dan fe de lo anterior. Hay un cúmulo de creencias y tradiciones que, si le hacemos trazabilidad, perdemos el rumbo u origen, pues no hay certeza si son prehispánicas o traídas por los africanos.
Referencias bibliográficas
Guerra, W. (2002). La Disputa y la Palabra: La ley en la Sociedad Wayuu. Ministerio de Cultura. I7M Editores.
Murdoch, R. (2003). Proceso del cambio cultural. Santiago de Chile: Universidad mayor.
Polo Acuña, J. T., & Carmona Nobles, D. (2013). El mestizaje en una frontera del Caribe: El caso del pueblo de Boronata en La Guajira, 1696-1776. Investigación y Desarrollo, 21(1), 130-155.
Vergara, O. (2003). La Guajira, un imaginario incomprendido. En Guajira. Consuelo Mendoza ediciones. Bogotá.